Un libro de poemas no es, al fin y al cabo, ni más ni menos que un puñado de piedritas. Guijarros acumulados en el tiempo que atesoran el sonido de una voz. Algunos brillas, resplandecen; otros son opacos, sólo pesan. Pero cada uno cumple una función indispensable.
La voz de Cecilia Pisos resuena -como siempre en su obra- juguetona y cantarina, pero también se muestra con una solidez inusitada, soportando marejadas.